La divina obsesión de los animadores stop-motion por mover foto a foto cualquier elemento de su entorno, llega a extremos nigrománticos cuando el objetivo de su ralentizada filmación es un ser vivo. Para fortuna de la fisioterapia, a lo largo de la historia de la animación decenas de humanos han sufrido calambres y contracturas derivadas de posturas prolongadas durante horas, mientras un grupo de congéneres se dedica a mover su cara o articulaciones a poquitos. Grant Munro, Gustavo Cornillón, Julienne Mathieu, Pablo Angulo, Nick Upton,... son parte eminente de una lista interminable de humanos animados en la que también se encuentran, modestia aparte, los miembros de mi familia:
El dilema se plantea cuando el realizador decide animar un animal, el cual no es capaz de emitir juicio alguno acerca de sus ganas de someterse a un rodaje tedioso que, una vez finalizado, tampoco lo va a saber apreciar. La solución más radical: utilizar animales muertos adaptados convenientemente para soportar los avatares de la animación. Esta atípica variante de la taxidermia fue utilizada por el grandísimo pionero Ladislas Starewitch para conseguir filmar la lucha de un par de escarabajos objetores de conciencia. Sin embargo, pronto comprendió que lo más interesante no era copiar las reacciones naturales de los insectos, sino hacerles partícipes de historias imposibles; y rodó, para congratulación de generaciones y generaciones, la obra maestra La venganza del camarógrafo (1912).
Pero, por favor, ¿no hay alguna posibilidad de animar animales sin tener que recurrir a ese extremo? ¡Guau! En Rusia, ni más ni menos, realizaron (hace ya casi una década) un cartooniano anuncio publicitario en el que consiguieron animar a dos canes. El resultado es digno de verse, si bien sigue planteando dilemas morales... máxime cuando desconocemos si los perretes recibieron un salario en galletitas acorde a convenio.
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