miércoles, 17 de agosto de 2022

LOS ADDAMS EN STOP-MOTION

Ahora que salen las primeras imágenes de la versión de Tim Burton de The Addams Family, me viene a la cabeza noticia de 2010 en la que anunciaba que su idea era realizar un largometraje de animación stop-motion  basado en las tiras cómicas de Charles Addams:


Al final aquello fue yendo de un lado para otro sin terminar de concretarse, si bien daría pie a dos películas de animación por ordenador estrenadas recientemente, las cuales técnicamente son correctas y poseen algún gag inspirado, pero a nivel general son muy olvidables.

Todavía albergo la esperanza de que Burton incluya alguna escena en stop-motion en esta adaptación en imagen real para Netflix, al igual que hizo en la intro de Ed Wood (1994) o en El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares (2016), si bien de momento me contentaré con ver los breves planos animados de Cosa que Doug Beswick realizó para La familia Addams (1991) y con admirar este par de preciosos muñecos animables, creados por Thomas R. Dickens, de aquella divertida secuela titulada La familia Addams: La tradición continúa (1993).

viernes, 5 de agosto de 2022

LA PELÍCULA PERDIDA DE INGO CUTBIRTH

Hace unas semanas, el bueno de Jordi Costa me escribió el siguiente mensaje: "Adrián, ¿sabes que tienes que leerte Mundo hormiga, la novela de Charlie Kaufman? Son casi mil páginas en torno a una película stop-motion de tres meses de duración". Nada más agradecer el chivatazo, moví mis maltrechos hilos para conseguir un ejemplar de la edición en castellano que la editorial Barrett publicó a finales del año pasado.

Se trata de la primera novela de Charlie Kaufman, a quien los seguidores de este espacio tendrán en estima por su estupenda Anomalisa (codir. Duke Johnson, 2015), adaptación de una surrealista obra de teatro del propio autor ejecutada con una cuidadísima y, desde luego, atípica animación sobre unos muñecos de acabado realista anti-uncanny valley. En Mundo Hormiga, Kaufman pone el foco en un crítico de cine al que los avatares le deparan una vida penosa aunque repleta de surrealismo imprevisible. 

B. Rosenberger Rosenberg es un cuarentón/cincuentón que viene de estudiar en Harvard y de realizar ponencias y artículos por doquier sobre cualquier tema relacionado, aunque sea tangencialmente, con el cine. El tipo adora a Jud Apatow sobre todas las cosas, de los Anderson solo puede con Wes (Wanderson > Panderson) y odia profundamente a Charlie Kaufman. Una día la fortuna le sonríe puesto que le es dado el legado cinematográfico de un total desconocido: Ingo Cutbirh, un anciano centenario que acaba de terminar su primer largometraje. Se trata de una película de muñecos animados que lleva ejecutando desde que era adolescente, lo que ha dado como resultado una duración total de tres meses. No contento con esta hazaña y motivado por realizar la película más impactante y veraz de la historia de la humanidad, Cutbirth ha decido confeccionar los muñecos de los personajes no visibles en la trama, a los que también ha animado, aunque, claro está, no ha filmado. Es su forma de tener en cuenta a las minorías social. Pero Rosenberger no tarda en joder su buena fortuna al destruir, por accidente, todos los rollos de esta inusual película.

A partir de la gran cagada, que sucede en las primeras cien páginas de este mamotreto de más de novecientas, la trama empieza a adentrarse en la mente psicótica del protagonista, que se verá abocado a dar todo de sí para recordar cada detalle del argumento de la película. ¡El mundo necesita conocer la obra de Ingo! Esto da pie al desarrollo de capas y capas de surrealismo que se van superponiendo unas sobre otras hasta conformar una realidad distópica que te atrapa hasta el final. La puesta en un pedestal de Cutbirth motiva a que aparezcan los nombres de grandes animadores de muñecos (todos estadounidenses) como Ray Harryhausen, Willis O'Brien, Art Clokey o Len Janson; al tiempo que, con atino, se introducen toneladas de referencias atípicas a la cultura pop (en las antípodas de Ready Player One). Tal es el extremo de ida de olla, que acabamos metidos en la mente de Donald Trump el día que va a Disney World a grabar el speech para su animatronic de la atracción The Hall of Presidents.

La novela de Kaufman te atrapa, aunque a veces uno se sienta tan perdido como su protagonista, y cumple lo que este genial guionista prometió en las entrevistas de presentación: "hacer una novela infilmable". Lo mejor, para quien escribe estas líneas, es su puesta en valor de las películas perdidas; valeroso trabajo de los investigadores que resuena con fuerza estos días en los que se ha anunciado el descubrimiento de una copia del cortometraje Entre pitos y flautas, realizado del pionero italo-argentino Quirino Cristiani en 1941.

sábado, 30 de julio de 2022

LA LUZ Y LA MAGIA DE ILM

Encontrar las pasiones de nuestra vida no siempre es algo sencillo. Recuerdo que de niño siempre me alucinó la animación, tanto en dibujo animado como en volumen, pero no fue hasta un momento determinado en el que caí en la cuenta de su mágica realidad: todos ellos salían de la mente y el trabajo duro de artistas. Ese momento preciso se produjo unas navidades de mediados de los noventa, cuando Papá Noel me obsequió con un ejemplar del libro Industrial Light & Magic: Into the Digital Realm (Mark Cotta Vaz, 1996).

Por entonces, no era capaz de leer en inglés, así que dedicaba las horas muertas a mirar y remirar las imágenes de detrás de las cámaras de los trabajos realizados por Industrial Light & Magic para grandes películas de fantasía y ciencia ficción: E.T., el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982), Abbyss (Jamesa Cameron, 1989), Willow (Ron Howard, 1988),... al tiempo que iba apuntando mentalmente los nombres de aquellos fascinantes artistas estadounidenses, que siempre aparecían con caras de concentración en las instantáneas. Mientras mis compañeros de clase se sabían de carrerilla la plantilla del Real Madrid o del Barça, yo, que no disfrutaba demasiado del fútbol, convocaba en mi cabeza a otra alineación bien distinta. Phil Tippett, Ken Ralston, Dennis Muren, Joe Johnston, John Berg, Tom St. Amand, Dave Allen,... se convirtieron en mis ídolos. 

Poco tiempo después, llegaron a casa las ediciones especiales en DVD de esas y otras películas, que contenían estupendos documentales del proceso de creación de las mismas. Muchas veces disfrutaba más de esos extras que de los propios films, pues enseñaban los maravillosos trucos de aquellas escenas de las que tanto hablábamos en casa. Alucinaba especialmente con aquellas películas que contenían animación fotograma a fotograma, como El dragón del lago del fuego (Matthew Robbins, 1981), El chico de oro (Michael Ritchie, 1986) o Cariño, he encogido a los niños (Joe Johnston, 1989). Al igual que las películas de Ray Harryhausen o los cortometrajes de Aardman, nunca me cansaba de verlas en unas copias en VHS que acabaron arañadas. Aún hoy las disfruto plenamente y acudo a ellas cuando necesito evadirme de la realidad adulta.

Esa sensación reconfortante la he vuelto sentir esta semana. El motivo ha sido el estreno en Disney+ de la serie documental Light & Magic (Lawrence Kasdan, 2022).

Kasdan ha confeccionado un trabajo de investigación digno de ser premiado, realizando entrevistas a la mayoría de los grandes artistas que han trabajado en la empresa de efectos especiales que creó George Lucas en 1975, al tiempo que ha recuperado en alta definición un material de archivo que te deja con la boca abierta -y que nada tiene que envidiar al de The Beatles: Get Back (Peter Jackson, 2021), pese a no ser tan cacareado-. Lo mejor de todo es que Kasdan deja hablar a nivel técnico a los artistas, quienes se explayan en aquellas escenas que han resultado claves en el avance de los efectos especiales del cine: el rodaje de las naves de La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977), las animaciones stop-motion de El imperio contraataca (Irvin Kersner, 1980), la vidriera viviente de El secreto de la pirámide (Chris Columbus, 1985), el temido T-1000 de Terminator 2:el juicio final (James Cameron, 1991),... hasta llegar a The Mandalorian (Jon Favreau, 2019-20).

Particularmente, he disfrutado muchísimo de las entrevistas a Ken Ralston, Phil Tippett y Doug Chiang, un grupo de outsiders que se quedaron prendados de las criaturas de Ray Harryhausen y que, tras intentar emular su trabajo mediante animaciones caseras, lograron convertirse en leyendas de ILM. Unos cortometrajes amateur que, para total goce de quien escribe estas líneas, aparecen (aunque sea solo en breves fragmentos) en la mencionada serie. 

Me alegra que Light & Magic este disponible a través de tres o cuatro pulsaciones del botón del mando a distancia de mi televisor, pues creo que voy a volver a él con preocupante asiduidad.

viernes, 29 de julio de 2022

UN LADRIDO PIXILADO

La divina obsesión de los animadores stop-motion por mover foto a foto cualquier elemento de su entorno, llega a extremos nigrománticos cuando el objetivo de su ralentizada filmación es un ser vivo. Para fortuna de la fisioterapia, a lo largo de la historia de la animación decenas de humanos han sufrido calambres y contracturas derivadas de posturas prolongadas durante horas, mientras un grupo de congéneres se dedica a mover su cara o articulaciones a poquitos. Grant Munro, Gustavo Cornillón, Julienne Mathieu, Pablo Angulo, Nick Upton,... son parte eminente de una lista interminable de humanos animados en la que también se encuentran, modestia aparte, los miembros de mi familia:

El dilema se plantea cuando el realizador decide animar un animal, el cual no es capaz de emitir juicio alguno acerca de sus ganas de someterse a un rodaje tedioso que, una vez finalizado, tampoco lo va a saber apreciar. La solución más radical: utilizar animales muertos adaptados convenientemente para soportar los avatares de la animación. Esta atípica variante de la taxidermia fue utilizada por el grandísimo pionero Ladislas Starewitch para conseguir filmar la lucha de un par de escarabajos objetores de conciencia. Sin embargo, pronto comprendió que lo más interesante no era copiar las reacciones naturales de los insectos, sino hacerles partícipes de historias imposibles; y rodó, para congratulación de generaciones y generaciones, la obra maestra La venganza del camarógrafo (1912).

Pero, por favor, ¿no hay alguna posibilidad de animar animales sin tener que recurrir a ese extremo? ¡Guau! En Rusia, ni más ni menos, realizaron (hace ya casi una década) un cartooniano anuncio publicitario en el que consiguieron animar a dos canes. El resultado es digno de verse, si bien sigue planteando dilemas morales... máxime cuando desconocemos si los perretes recibieron un salario en galletitas acorde a convenio. 

domingo, 24 de julio de 2022

DINOSAURIO: UN PASO DE GIGANTE PARA LA ANIMACIÓN

Recientemente descubrí, wallapop mediante, que Norma Editorial publicó en el 2000 este libro sobre el proceso de creación del primer largometraje de animación que el estudio Disney realizó por ordenador. 

Como la película, no me ha maravillado. Como con la película, me esperaba más.

El libro cuenta con algunos alucinantes diseños de producción, pero cae en el error de incluir fotogramas a diestro y siniestro, los cuales nunca aportan nada a un volumen de este tipo. Por otro lado, el trabajo de investigación y documentación de Jeff Kurtti es correcto, si bien se nota que estuvo atado de pies y manos por Disney para no publicar nada negativo de la película. En cualquier caso, se agradece leer los comentarios de algunos viejos animadores de stop-motion como Joel Fletcher o Mike Belzer y del codirector Eric Leighton (también con un notable CV en la animación de muñecos). 

Esa cobardía de Kurtti se hace notable muy al inicio del libro, cuando tiene que explicar que la idea original del mismo surgió de la mente de Phil Tippett, a quien no solo obvia entrevistar sino que escribe mal el apellido. Estoy seguro que Tippett hubiera dado información de sumo interés para el lector, pese a haber horrorizado a Mickey Mouse. Y es que así, horrorizado, debió quedar Tippett al ver el resultado final de Dinosaurio. 

Él planteó el proyecto como un narrativo documental de criaturas prehistóricas, con toda su crudeza, rodado íntegramente en stop-motion y, por supuesto, sin ningún tipo de diálogos. 

Disney finalmente le dio un enfoque más asequible para el gran público, porque, aunque en el libro vendan que su mayor interés era hacer avanzar la tecnología, todos sabemos que, en realidad, esa era como mucho su segunda prioridad. Por ello volvieron a su zona de seguridad, la de los animales parlantes. 

Por suerte, no hubo cabida para canciones. En cuanto a la técnica de animación a utilizar, se decantaron por los píxeles y, bien es cierto, que hicieron avanzar la tecnología en este ámbito. Pero por desgracia perdimos un gran largometraje de dinosaurios rodado fotograma a fotograma al estilo Tippett (del que solo quedaron finalmente la fiereza con la que atacan los carnotauros). Pienso que hubiera sido algo más perdurable en el tiempo, pues si bien Dinosaurio me dejó técnicamente anonadado en el momento de su estreno, en la revisión que hice ayer me dolían los ojos. Algo que no me pasa si revisito (como hago con cierta frecuencia) el maravilloso cortometraje Prehistoric Beast, completado por Tippett dieciséis años antes del estreno de Dinosaurio. Claro que, como bien sabéis, en estas lindes soy muy poco objetivo.