A través de la mirada de los
niños nos podemos acercar a grandes problemas de nuestra sociedad desde una
perspectiva diferente. Esta premisa la tiene muy presente el cine de animación,
tal y como ha dejado perfectamente reflejado en joyas incontestables como La tumba de las luciérnagas o La vida de calabacín. Pero no es esta una
fórmula infalible de éxito.
Gracias a Mi primer festival de cine, este fin de semana se pudo ver en
Madrid el debut en el largometraje del noruego Mats Grorud. The
Tower nos acerca a la vida de una familia de palestinos refugiados en
el Líbano a la que pertenece la joven e inocente Wardi. Una enfermedad grave
hará que su bisabuelo le entregue la llave que guarda desde hace décadas con la
esperanza de volver a abrir la casa que cerró en Palestina durante el Al Nakba,
día que los israelíes iniciaron el éxodo palestino. Un anhelo tornado en
imposible.
Sin embargo lo que ese trozo de
metal sí que abrirá serán las duras historias de todos los miembros de la
familia de la niña, las cuales representan, a modo de flashbacks en animación
2D, algunas de las vivencias de los palestinos con los que Grorud pudo convivir
en su estancia de un año como profesor de animación del campo de refugiados de Bourj
el-Barajneh. Es en este hilo documental en el que el ritmo y tono del film pega
los mayores altibajos, llegando a tocar suelo cuando se rememora la historia de
un niño que es asesinado por un balazo. Ese exceso de drama con nula base
argumental nos impide conectar con los personajes, pese a los esfuerzos que
hagamos por no prestar demasiado detalle a una animación bidimensional
absolutamente desfasada.
Si bien el trabajo de arte en la
historia principal tampoco es la quintaesencia de la animación stop-motion,
debido principalmente a un poco acertado diseño de personajes, sí que es
posible disfrutar de ciertos logros como la fluidez en los movimientos de los
muñecos, los encuadres arriesgados y su realista ambientación en miniatura.