El animador y director inglés Barry J.C. Purves fue el primer nombre internacional al que entrevisté en este blog, hace ya ni se sabe la de entradas. Siempre me ha impresionado muchísimo las cualidades teatrales de sus obras, especialmente en esa joya tan cercana a la cultura japonesa que es Screen Play (1992).
En 2007, este nominado al Oscar sacó un libro que mezclaba sus memorias con todos los consejos posibles que la experiencia continua de su lucha contra los puppets de 20 centímetros, durante más de treinta décadas, le había hecho albergar. Stop Motion; Passion, Process and Performance, editado por Focal Press pronto empezó a petarlo en Amazon, alcanzando en poco tiempo precios astronómicos -en escala lineal ascendente al de mi cabreo por no haberlo comprado nada más salir al mercado-. Esas ganas de tenerlo fueron en aumento, hasta que este 2018 decidí llenar el importante hueco que dejaba su ausencia en mi biblioteca sobre cine de animación.
Nos encontramos ante un volumen con el que nos adentramos en el alma de un artista irrepetible en esta centenaria técnica. Sus obsesiones por los pájaros, el arte escénico, el bardo o Gilbert & Sullivan salen a relucir cada tres páginas, pero esto no es algo que sea negativo en ningún caso. La obra va desgranando absolutamente todos los aspectos de la animación stop-motion, por muy nímios que pudieran parecen -queda aquí, a modo de ejemplo, el valor del parpadeo para dotar de vida a un muñeco-, mientras Barry deja comentarios de las producciones en las que ha ido capturando fotogramas y fotogramas.
Menos interesante me resultaron los añadidos a base de preguntas genéricas a una treinta de cineastas relacionados con la técnica, por lo repetitivas que se hacían sus respuestas y lo engorroso que resultaba saber cuál era el artista que estaba respondiendo. Pero lo peor, lo que desluce todo el trabajo de Purves, es la pobre y anodina maquetación, con textos que se meten a fondo en el espacio entre páginas haciendo que tengamos que abrir las solapas del libro más allá de su esfuerzo de fatiga. Además, considerando el tamaño del volumen, la maquetación en rústica es otro contra bastante gordo.
Por contra, es muy agradable encontrarse con tantas imágenes de producción y con esas bellas ilustraciones de Richard Haynes, Aaron Wood y Saemi Takahashi que muestran, desde un punto más etéreo, algunas de las estampas más icónicas de la animación stop-motion.
En definitiva, un libro imprescindible para cualquiera que haya flipado con Next (1990), Achilles (1966), Rigolleto (1995) o cualquiera de las otras delicias animadas por Barry Purves, así como para cualquier interesado en imbuirse en los intríngulis de la stop-motion desde una perspectiva diferente al que pueda dar cualquier libro de técnica cinematográfica al uso.
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