¡Wooooooa! Todavía me puede la emoción de lo vivido ayer por la tarde en el cine. Kubo y las dos cuerdas mágicas ha supuesto toda una experiencia no solo visual, algo que ya se da más que por hecho cuando se habla de una producción salida del estudio Laika, sino una experiencia narrativa y emocional completa.
Kubo vive tranquilamente en un pequeño y normal pueblo hasta que un espíritu del pasado vuelve su vida patas arriba, al reavivar una venganza. Esto causa en Kubo multitud de malos tragos al verse perseguido por dioses y monstruos. Si de verdad Kubo quiere sobrevivir, antes debe localizar una armadura mágica que una vez fue vestida por su padre, un legendario guerrero samurái.
La ambición es algo que siempre ha estado ligado a Laika, como puede verse en los vídeos de making of de los avances que han logrado en el ámbito del stop motion desde Coraline hasta la fecha y por los que fueron galardonados con un Oscar de la rama técnica, pero en Kubo la han llevado al límite no solo para maravillar visualmente sino para cumplir en todo momento con las exigencias del guión. Algo que entronca más con lo que expusieron, años ha, en Coraline, y en menos medida en Paranorman y Los Boxtrolls, donde la historia y su ritmo no acaban de estar en armonía.
En este nuevo largometraje las piezas encajan a la perfección, como hace Kubo al tocar sus cuerdas mágicas con las que consigue dar vida al papel, Laika ha realizado el origami de mayor complejidad de su carrera y para ello se nota que han trabajado no solo a nivel técnico, sino a nivel cultural. La cinta destila pasión por la cultura japonesa feudal y toda su mitología, llegando incluso a nivel de cine de animación pues muchas escenas destilan la fragancia de las obras de Kihachirō Kawamoto e incluso del cortometraje Screen Play del inglés Barry Purves.
Los personajes están bien construidos. Todos tienen motivaciones claras y un porqué en el desarrollo de la historia. Además, los monstruos grandilocuentes ayudan a poner al límite a los héroes a la vez que desarrollan escenas de acción nunca vistas en una película realizada en stop motion. Es una auténtico deleite ver en pantalla grande la batalla de nuestros héroes contra un maligno esqueleto de dimensiones kinkongnianas.
Por lo que, si estás leyendo esto, que entiendo que es porque te mola el stop motion como a mí, no debes dejar de escapar la oportunidad de ver esta maravilla del séptimo arte antes de que la quiten de cartelera por falta de público.